El amor nunca deja de ser…
Aunque muchas personas consideran por experiencia propia que el amor
acaba… aunque grandes romances fenecen con la separación… aunque muchos
matrimonios terminen en divorcio… aunque existan madres que vendan a sus hijos
al mejor postor y aunque el olvido sea el sinónimo más característico de la
muerte del amor… La Palabra del Señor dice: El
amor nunca deja de ser… (1Co 13:8)
El amor no acaba jamás, nunca se pierde, no termina… ¡es eterno!
El verdadero amor no es lo mismo que el sentimiento que muchos jóvenes tienen en el noviazgo, no es comparable al amor de dos amigos, ni siquiera al de dos esposos, es más grande, más intenso, más real… es un amor que da su vida por la persona amada, un amor tan profundo que no hay nadie que pueda alcanzarlo simplemente por desearlo, es aquel pacto desinteresado del corazón, que te envuelve en un concierto melodioso pero nada empalagoso sino más bien eternamente deleitoso, que va en aumento y en aumento, más nunca acaba de aumentar.
Este amor es aquel que dio su vida por nosotros, aquel que no vio
méritos, ni dones para darse, no vio nada que cobrar… vio pecado, vio maldad y
aún así no escatimó ni su propia vida por aquellos que ni una pizca ni una gota
merecían recibirlo
Tanto nos amó Dios que entregó a Su Hijo (Juan 3:16) a morir por nosotros… pero ni la muerte, ni la vida, ni ninguna cosa creada nos podrá separar de ese amor tan intenso que comenzó aquel día… el día de nuestra misma creación (Romanos 8:39), porque ese amor es para siempre.
Si tan solo recibiéramos un poco de ese don… si tan solo aprendiéramos a darlo todo y sin
nada esperar…
Tan solo un poco de ese amor rompería tradiciones, quebrantaría los
divorcios, derribaría la desidia, molería el alarde, vivificaría la familia.
Clamemos al Señor por que ese amor brote en nosotros, clamemos y no callemos… clamemos y volvamos a clamar… clamemos para que se manifieste lo que hemos de ser… clamemos para que se manifieste en nosotros… clamemos para que seamos semejantes a Él (1Juan 3:2)… y entonces conocerán que somos Sus discípulos (Juan 13:35).