La Gran Misericordia del Señor
…y la misericordia triunfa sobre el juicio
(Santiago 2:13).
(Historia basada en
Lucas 7:37-50)
No era solamente su
cuerpo sino también su alma que se encontraba tirada en el sucio suelo de
aquella casa, su corazón latía demostrando un sentimiento que jamás había
experimentado, las lágrimas bajaban cual torrentes por sus dos mejillas… no
podía contenerse del deseo de besar aquellos pies mojados por su llanto. Sabía lo que era, lo que había hecho desde
hacía mucho tiempo, sabía que era pecadora, pero justo hoy lo entendía; hoy se
había dado cuenta de la decepción que provocaba allá en el cielo, hoy se daba
cuenta que la muerte era poca cosa en castigo a su extravío, hoy se daba cuenta
del dolor que merecía.
Allí
estaba todavía… cuando en dulce movimiento del maestro, el ungüento de un toque
de sus manos deslizando suavemente sus cabellos, consuela el triste agujero del
momento. De pronto aquellos ojos
denotando la dulzura más intensa en contraste con su brillo de realeza, se
posan sobre ella por un tiempo.
Murmullos…
y palabras, sin sentido para ella, se escuchan en aquel concurrido aposento, cuando
en sus oídos de pronto vibran con el sonido de la voz de aquel gran hombre, cual
si leyera sus más profundos pensamientos, aquella frase de increíble entendimiento
“tus pecados te son perdonados” Alegría
indescriptible la deja sin aliento, su corazón agradecido se acelera de momento…
no hay palabras que definan aquel exquisito sentimiento.
Hoy…
aquella mujer ha descubierto que hay algo más fuerte que el juicio, algo más
poderoso que el imperio de la ley, algo más alto que el tamaño de su mal… La Misericordia del Señor, que domina sobre el
juicio y el castigo que es el merecimiento para aquellos que en el andar de la
vida caen al abismo sin salida del pecado que trae tristeza y agonía. Es esa virtud del Todopoderoso que sobrepasa
incluso hasta la misma decepción que provoca nuestro terco corazón.
Porque
es solamente al saber y entender que cuando pecamos somos de nuestro Dios la
decepción, que entristecemos al Señor haciéndole llorar, incrustándole otro
clavo en su dulce corazón… es solamente cuando entendemos lo que merece nuestro
mal, cuando entendemos el juicio y el castigo; que podremos conocer la
misericordia del santo y justo Dios… y es cuando conocemos ese don que cada
mañana se renueva con el sol, que podemos vivir cada segundo y cada instante
agradeciendo su paciencia y batallando para que aquello que ha golpeado otra
vez al rey amado, no vuelva ni aparezca nunca más.
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