Triunfo en el Getsemaní.
Mat 26:36 Entonces
llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro.
La oscuridad de la noche había
llegado a su más intenso potencial, el viento silbaba moviendo las hojas de los
árboles bañadas con destellos de plata de luz lunar, el frío calaba hasta los
huesos... La batalla que había comenzado hacía algunos años estaba llegando a
su punto culminante, no había más… este era el día para lo que había nacido… este día era “todo o nada”. Él sabía que sería tentado a renunciar, pero
el mundo dependía de lo que Él decidiera en esas pocas horas que le restaban a
su vida. Era el momento de pelear, era
el momento de intensificar la batalla, era el tiempo de dar hasta el último aliento
en resistir. La guerra se acentuaría aún
más en su interior, sus pensamientos lucharían por vencer. Pero contrario a lo normal, Él no lucharía
con espada y lanza, ni mucho menos con los puños… no… Él no lucharía
reprendiendo al demonio o atando enemigos… simplemente y en silencio se
apartaría en soledad, doblaría sus rodillas, cayendo a los pies del Padre
Celestial, se postraría en oración, clamaría desde el alma... no se haga como yo,
más bien Tu voluntad.
Porque la batalla se ganó en la
oración, sus rodillas derrotaron el bastión, su renuncia dominó un batallón. Gotas de sangre salieron de su frente, choque
de poderes tronaron en el cielo, la victoria se ganó en la oración.
En la batalla no te esfuerces en
cumplir con estrategias, tácticas inútiles nunca te resultarán, solamente
apártate un momento, cae de rodillas y vence pensamientos, pues la lucha está
dentro de tu corazón, la peor batalla el enemigo ha puesto en tus deseos, y la
victoria está en que no se haga como tú, sino que se haga como Él así
lo ha querido desde siempre.