Ascendiendo hacia el amor
Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. 2Pedro 1:5-7.
El
Señor demanda de nosotros que nos amemos los unos a los otros (Romanos 12:10),
a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mateo 22:39), y a nuestros enemigos,
aquellos que nos ultrajan y nos maldicen (Mateo 5:44); sin embargo, es tan difícil
amar a alguien que no nos corresponde… es tan difícil amar a aquellos que nos
rodean solo por el simple hecho de ser nuestro prójimo… es imposible amar a
aquellos que nos odian. El amor es un
sentimiento maravilloso que muchos conocemos solamente con aquellos que nos
aman y se interesan por nosotros, no obstante, no hay amor más grande que el
que tiene aquel que entrega su vida por otros (Juan 15:13). Jesús nos amó cuando aún éramos pecadores (Romanos
5:8) y entregó Su vida por nosotros… ¡Esto es amor!
Ante
la imposibilidad de amar de la manera de Cristo, el apóstol Pedro nos da una
receta perfecta para lograrlo, añadiendo a la fe estos siete ingredientes, uno
tras otro, a modo de peldaños que ascienden hasta el amor:
1. Virtud.
2. Conocimiento.
3. Dominio Propio.
4. Paciencia.
5. Piedad.
6. Afecto fraternal
7. Amor.
La
base de esta escalera es la fe, pues es allí donde comienza el amor, porque nuestra
fe debe estar centrada en cumplir los deseos del Señor y uno de sus deseos más
importantes es que tengamos amor en nuestros corazones. A esa fe debemos agregarle virtud que
significa poder de obrar, es decir “obras”; Santiago decía que la fe sin obras
es muerta. Por lo tanto, debemos empezar
a obrar por otros teniendo la fe de que lograremos amarles. Cuando hemos logrado la virtud, debemos
empezar a conocer a aquellos que queremos amar; saber todo acerca de ellos, sus
deseos, sus metas, sus virtudes y defectos.
Conociendo sobre todo sus defectos vamos a tener que aprender a tenerles
paciencia y es allí donde entra el dominio propio, que es dominar nuestras malas
reacciones ante las malas actitudes de aquellos que pretendemos amar; y la
paciencia nacerá de ejercitar nuestro dominio propio. Cuando hemos aprendido a soportar sus
defectos, tenemos paciencia con ellos y ejercitando la paciencia adquiriremos “piedad”, que es benevolencia y bondad,
nuestras actitudes hacia ellos estarán regidas por la compasión y misericordia,
comprenderemos sus defectos y los aceptaremos sin ninguna molestia. Aquí nace el “afecto fraternal”, es decir la
amistad que al ser ejercitada hará nacer el “amor”.