…Derribados, ¡pero no destruidos!
Llegaste a pensar que no podrías levantar
los ojos otra vez, la vergüenza te azotó como cruel verdugo, tu maldad era tanta que no tendrías
oportunidad para levantarte otra vez, el sol se desvaneció en tus manos, y la
derrota se convirtió en tu fiel compañera; tus ilusiones de grandeza se
convirtieron en ceniza, el enemigo te pisoteó cuanto quiso, se burló de ti cuando
en medio de tus lágrimas lamentabas tu fracaso… nunca olvidarás aquella escena,
cuando caías como en cámara lenta, y tu destino momentáneo era el sucio y
áspero suelo del camino, pero lo peor es que no era la primera vez. Tirado y adolorido sin aire para continuar,
solo podías observar hacia arriba a todo aquel que sin misericordia al pasar te
pisoteaba, no había lugar a opción para caer más bajo, el fango y el estiércol
cubrieron tu belleza y abolengo. El
enemigo te había derribado, y los crueles religiosos te observaban con
desprecio, pues habías caído en el desierto.
Pero como le sucede a aquellos
que tienen un Dios que levanta del polvo al pobre y al menesteroso del muladar,
un Dios de misericordia, que no paga con la misma moneda que nosotros le
ofecemos, ese Dios de los desdichados, el Dios de los que lloran, el Dios de
aquellos por los cuales el mundo no daría un mísero céntimo, ese Dios te
extendió su mano y aunque estabas bañado en inmundicia y tus vestidos eran
puros trapos andrajosos, se agachó para abrazarte, su fuerza fue la tuya y poco
a poco te dio el renuevo de tu alma.
Si en la vida tu te encuentras
otra vez en la misma prueba de ayer, si el Diablo y sus Secuaces, te han metido
zancadilla y has caído nuevamente, cuando parece que es injusto volver a
arrepentirte y esperar de Dios algún aliento, cuando van ya siete veces que
eres empujado y derribado, siete veces cae el justo y vuelve a levantarse, pues
mientras haya vida hay esperanza, y cada vez que el sol vuelva a salir por tu
ventana, nueva es cada mañana Su gran misericordia.
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