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Abriendo tu Mar Rojo...


Cuando no tienes salida.


Éxodo 14


Hacía un día soleado en aquel páramo desértico y  él, bañado de sudor por la larga caminata que había tenido que andar, no paraba de mirar hacia el cielo azul, meneando la cabeza, aún atónito por lo que había vivido…  ¡No lo podía creer, todavía!  …Todo parecía maravilloso… hasta el más insignificante insecto que miraba era impresionante, quería danzar hasta desmayar pues  el Todopoderoso milagrosamente les había traído hasta aquí...  sus opresores habían tenido que dejarlos ir y hoy por fin, después de una batalla que parecía interminable, ¡eran verdaderamente libres!


¡Alto! Gritó con todas sus fuerzas para establecer el campamento frente al mar, dando una mirada a la muchedumbre que le seguía.  La brisa del océano soplaba suavemente sobre su rostro y le hacía sentir que nada podía arruinar aquel momento de gloria y alegría.  Mientras algunos ya descansaban del ajetreado día, otros cenaban a la luz de las fogatas cantando y danzando después de aquella travesía. 


Entonces sucedió…  el sonido de miles de caballos de guerra comenzó a escucharse a lo lejos,  el nerviosismo comenzó a hacerse evidente, los hombres se pusieron de pie para observar mejor aquella nube de polvo que levantaba aquel gran ejército, los principales del pueblo rodearon con su mirada para ver si había alguna salida para huir, dándose cuenta de que no había ni una, estaban atrapados y Faraón venía tras de ellos.


Hay momentos  en la vida en que no se encuentra una salida, cuando la alegría de victorias recientes se esfuma en una espuma displicente, donde darse por vencidos es la única decisión que pareciera competente.  Es allí cuando te das cuenta que no tienes nada que ganar y todo que perder, y que nada de lo que hagas podrá ayudarte a resolver.


La desesperación y el temor se apoderaron de la gente, gritos de terror y llanto de impotencia bañaron el terreno.  La frustración dominó a aquel pueblo, mientras los enemigos se acercaban poco a poco, el final y la muerte besaban sus pobres y tristes existencias.


Moisés clamó desde la tierra y su voz tronó internándose en el cielo, la impotencia se convirtió en una petición, la desesperación en la más magnífica oración, el encierro se había transformado en el motor de arranque del milagro más impresionante.  Moisés alzó su vara, la de los muchos milagros, aquel rústico bastón, y desde el cielo un viento poderoso movió las aguas de la mar, abriendo un camino en lo increíble, dejándonos muy claro que Dios nos lleva por caminos sin salida, simplemente para abrirlos Él.  Dios nos lleva a lugares imposibles para enseñarnos que para Él ¡todo es posible!

Cuando estés en esa situación donde no encuentras una real salida, simplemente clama al Señor, y obedece, porque algo está por suceder y el invencible seguramente algo va a hacer.

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