La Santa terquedad.
Existe esa santa terquedad que
tienen aquellos que como Jacob luchan por su bendición hasta recibirla, aún a
costa del dolor que le produjo tal osadía; o aquella que llevó a esos hombres
que después de haber intentado infructuosamente entrar por la puerta, a quitar
un pedazo del tejado de una casa ajena, con tal de que su amigo recibiera algo
del Señor.
Está también aquella mujer
sirofenicia que no se dio por vencida cuando Jesús calló ante su clamor,
insistiendo aún cuando los discípulos le pidieron al maestro que la echara
porque les era molesta, y siguiendo adelante a pesar de que Jesús la comparó
con un perro, se humilló reconociendo su bajeza delante del Señor, porque
necesitaba tan siquiera una migaja de Su mesa.
Esta es la terquedad santa que
tienen aquellos que verdaderamente necesitan del Señor, que buscan y logran
encontrar, que llaman hasta que se les abre, y esperan hasta recibir respuesta.
Es esa fuerza que tuvo Moisés al interceder
por el pueblo pecador; es aquella capacidad que detuvo a José ante la tentación
de la mujer de Potifar, con tal de recibir el cumplimiento de los sueños de su
Dios, es el poder que mantuvo a David en el desierto o a Abraham esperando por
su herencia, aún sin obtenerla; es el motor de aquellos que por la fe y la
paciencia heredan las promesas (Hebreos 6:12); es la valentía que mantuvo firme
al Hijo del Hombre en el camino del Gólgota.
Jesús, a esa santa terquedad le
llamó “fe” (Lucas 5:19-20). La fe te hace santamente terco, pues te hace
caminar aún contra corriente, y aún contra conceptos, religiones e ideas que se
opondrán naturalmente, pues la fe es la fuerza que se opone a lo natural,
porque es sobrenatural. No hay dolor
tan grande que pueda aplacarla, no hay obstáculo más alto que pueda detenerla,
no hay humillación que pueda someterla, es la santa terquedad de aquel que
tiene fe… fe en el Todopoderoso.