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El rey impío que gozaba la música de Dios

Es precioso gozar los tiempos musicales de alabanza en las reuniones de la Iglesia, pero si al salir de allí nos apartamos de la presencia del Señor, seremos comparables a Saúl, quien cuando David dejaba de tocar volvía a su tormento 

(1 Samuel 16:14-23)
Su desesperación rayaba literalmente en la locura, el vacío de su corazón le rasgaba el alma lastimando sus entrañas, el demonio que lo torturaba tomaba posesión de sus transtornados sentimientos... hasta que aquellas notas que salían de aquel instrumento musical que tocaba magistral aquel muchacho, le calmaban como liberandole de aquella fastidiosa amargura. 

La presencia del Señor se sentía en los colores musicales que bebía ese pobre y desdichado  soberano, que tomaba cuál si fuera un droga que aliviaba aquel dolor que constantemente le acechaba.

Porque un instrumento ejecutado para darle alabanza al Señor de toda gloria, es siempre un golpe poderoso a los tormentos orquestados en el fondo del averno... 

Y esa arpa que alababa al Señor dando música salida de los dedos del joven pastorcillo, era otra bala dirigida hacia el centro de la frente del angustiador.

David tocaba y Saúl se aliviaba... 
Pero cuando en la tarde regresaba en el silencio, el espíritu malévolo lo volvía a molestar...   Porque Dios se había apartado de su vida.

Así hay muchos hoy en día, que acercándose a los cultos van gozado del alivio de sus muchisimas angustias, al haber acompañado las canciones dirigidas para la alabanza del Creador,  pero saliendo de la Iglesia vuelven a lo mismo que en sus vidas ha venido molestándoles la paz de su pobre corazón...  Regresan a la vida separada del Señor, y así la ira vuelve tristemente a repetirse, el vacío los aturde nuevamente, la soledad les aplasta como siempre y la tristeza se apodera de sus almas como antes.

La solución es una vida sometida al Padre celestial, que llena los vacíos de nuestro corazón, y ahuyenta al enemigo que atormentaba nuestras almas...  Que ya no seamos cristianos de iglesia solamente, sino hijos cada día de nuestro bueno, amoroso y también misericordioso Dios.

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