De regreso hacia el origen
Los primeros años de nuestra vida son esos años de la ignorancia plena... Pero también los años de la máxima inocencia, esos años que aunque nacemos pecadores... ese pecado que más tarde será nuestras cadenas, aún no ha hecho mella en nuestra vida, no ha destruido el diseño original de nuestra mente.
Allí fue cuando Juan, en el vientre de su madre, sin haber aún visto la luz del sol y todo lo que se aprende en la escuela de esta existencia, sin saber doctrina o religión alguna... de un brinco de alegría, de un salto de emoción inyectada entre sus venas, declaró y sin palabras, por medio del Espíritu Santo del Todopoderoso, aquella predicación que más tarde sería la palabra que alimentaría su corto ministerio, manifestando sin ninguna frase, oratoria ni retórica que Jesús era el Señor del universo.
Al final, Juan en los últimos días de su vida, esperando ser decapitado, queriendo regresar a aquella fe que tenía cuando niño, en medio de las dudas que el conocimiento de la vida siembra en nuestras mentes, pidió confirmación de aquello, que de su boca él mismo había predicado, esa palabra que un día desde el vientre había proclamado, esperando alimentar de aliento y esperanza su débil corazón, que las circunstancias habían llenado de temor y depresión, algo que pudiera levantarle desde el suelo de la cárcel donde lo tenían prisionero, no esa cárcel de paredes y de rejas, sino aquella cárcel de ataduras donde has sido amarrado con los lazos que te trae el raciocinio y la experiencia, amigos íntimos de la incredulidad. Quería regresar a su origen, volver a la esperanza nacida de la fe de un niño que ni siquiera había visto el nacimiento, pero ya tenía abiertos los ojos de la fe.
Por lo tanto. .. la fe es nuestro origen, el punto del inicio de las cosas, el Sión a donde debemos regresar.
Y aconteció que cuando oyó Elisabet la salutación de María, la criatura saltó en su vientre; y Elisabet fue llena del Espíritu Santo, Porque tan pronto como llegó la voz de tu salutación a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.
S. Lucas 1:41, 44
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