Esas siete cosas que aborrece el Señor... esos pecados que dañan al prójimo (Proverbios 6:16-19)... Aquellas cosas cuya base es la discriminación, que salen de la maldad del fuerte contra el débil... La abusiva altanería del que desprecia al desvalido... Esa malicia que provoca lamentablemente el doloroso resentimiento de aquellos corazones despreciados... Que trae la ira de las almas desvalidas... Ese sentimiento que envuelve de amargura a los que han sido abusados profundamente en su vida... Tristeza razonable que a todas luces debería ser vengada... Fuego interno animado con la fuerza del rencor, que quema derribando hasta el suelo el poco aliento que le queda al que ha sido traicionado, pero que desgraciadamente al mismo tiempo, secuestra sus sentidos, dejándolos encadenados hasta el fondo del abismo, atadura que limita a su vida en un círculo vicioso sin salida.
Pero hay alguien que si sabe destruir aquellas ataduras, quebrando los cerrojos de esa cárcel sin sentido... aquel que dio su vida siendo ejemplo de Perdón, aunque con alevosía había sido traicionado, que clavó el resentimiento que le daban sus derechos que como humano en esta tierra podía reclamar... Dejó a un lado el privilegio que tenía de llamar a sus ejércitos y ponerse a salvo de sus burladores asesinos. Jesús, que ofrece darle a todo el que quiera recibirlo el don de perdonar, derramando ese carácter que obviamente es sobrenatural... Defendiéndoles diciendo, mía es la venganza (Romanos 12:19).
Libertad para los desdichados, gracia para todo aquel discriminado, Gozo para el afligido y paz para el que ha sido quebrantado.
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