¡carga la cruz!
Esa mañana el sol aparecía tímidamente por el horizonte, mientras aquel hombre caminaba por las calles vacías de Jerusalén… de pronto, su rostro tosco y endurecido por sus constantes viajes del desierto, se quedó asombrado de la multitud que empezó a juntarse en aquella calle que llevaba al Cerro de la Calavera, tal parecía que toda Jerusalén se había levantado para ver algún acontecimiento de suma importancia en ese día, así que dejó de caminar y con curiosidad de extranjero se agregó a aquel gentío. Tomó su lugar pensando –me colocaré en uno de los mejores puestos para ver aquel desfile. Y así lo hizo, esperando con curiosidad.
Lo soldados empujaban hacia los
lados aquella aglomeración, mientras a lo lejos se oía una mezcla de gritos,
lamentos y carcajadas, haciendo una extraña algarabía que se acercaba poco a
poco.
Tratando de distinguir lo que
venía, pudo observar unos troncos de madera que se asomaban en la esquina… sin entender aún aquel evento, dio unos cuantos empujones,
colocándose para ver más y más de cerca.
El cuadro que veía era terrible,
aquellos maderos eran cargados por unos pobres sentenciados, que eran azotados
sin clemencia, pero dentro de estos había uno en especial que le llamó mucho la
atención, ya que era motivo de las burlas de la gente, a quien los soldados se empeñaban
en romperle hasta el pellejo, venía ensangrentado y golpeado como nadie,
cargando aquel pesado tronco de madera… parecía
algo sin sentido, ese hombre estaba siendo flagelado sin tan solo un poco de
clemencia
Todavía se encontraba
boquiabierto y espantado, y viendo cómo se acercaba aquel pobre desahuciado,
distinguiendo el grito de la gente que pedían le clavaran en la cruz; cuando de
pronto un soldado se detuvo un minuto observando alrededor, como buscando algo…
y fijando sus ojos en él por un instante, le señaló gritando –tú, ¡ven… y carga
la cruz!
Aquel varón extranjero de Cirene,
Simón, el gentil que llevó la cruz del Señor Jesús, compañero de los
padecimientos del Mesías, jamás olvidaría aquel acontecimiento, porque aunque
no sabía mucho del maestro, a partir de allí nunca dejaría de preguntar de Él.
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