He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. "Y si no" , sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado. (Daniel 3:17-18)
Siempre habrá dos líneas en las encrucijadas de la fe... Dos opciones que pueden suceder... Dos realidades que la fe resolverá siempre con certeza.
La primera es el milagro de recibir lo que se cree... La dicha de hacer realidad lo que se espera del Todopoderoso... La virtud de obtener lo que pedimos aunque esto sea un imposible.
Y la segunda que estará presente, siempre como un sello de agua indeleble en las páginas de la fe... La opción de contingencia, esa que sólo el Dios Omnisapiente, que conoce los azares de los tiempos y las consecuencias... que conoce las razones más profundas que nosotros para nada imaginamos... Esas cosas que a los que a a Dios aman siempre ayudan para bien. El "y si no" que dijeran Ananías Misael y Azarías antes de ser echados en el fuego, o también el "pero que no sea como yo quiero" que dijera nuestro Señor en Su lucha, la noche del Getsemaní.
Pero siempre la fe iniciará por el principio del amor que tenemos hacia Dios, ese amor que nos hace ser valientes aun cuando se ponga en juego nuestra vida. Porque la fe obra por el amor (Gálatas 5:6).
Luego la espera de lo increíble, la lucha por ganar lo imposible, la petición de lo que el Todopoderoso sabemos puede realizar, creyendo que con Dios aquello inalcanzable es posible que se haga realidad (Marcos 9:23).
Y por último la certeza de que si no se recibe aquello que pedimos o creemos, si la voluntad de Dios que sabe cuales cosas son siempre lo mejor, nuestra confianza en Él jamás se esfumará, porque nuestra fe no obra por la avaricia de poder, no obra por ambiciones de fama o de fortuna, sino por amor a aquel que primeramente nos amó.
Al final de cuentas esa fe siempre agradará al Padre celestial, porque viene del amor que le tenemos en nuestro corazón, y como consecuencia producirá fruto de honra a Su nombre.
Ananías, Misael y Azarías, vieron el milagro más impresionante delante de sus ojos, ese milagro que habían esperado, ese milagro que ya habían confesado, ese milagro que estaban seguros que se haría realidad, un milagro con propósito, un milagro dispuesto para glorificar a Dios y no a ellos (Salmo 115:1), porque el amor no busca lo suyo (1Cor.13:5).
Entonces Nabucodonosor dijo: Bendito sea el Dios de ellos, de Sadrac, Mesac y Abed-nego, que envió su ángel y libró a sus siervos que confiaron en él, y que no cumplieron el edicto del rey, y entregaron sus cuerpos antes que servir y adorar a otro dios que su Dios. (Daniel 3:28)
Es así que Nabucodonosor glorificó a Dios por la fe de ellos
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