Blandina se llamaba aquella muchacha, que había sido capturada para enfrentar las peores torturas simplemente por confesarse una cristiana, mientras los otros hermanos que también iban a ser martirizados, preocupados por ella, pensaban que no iba a soportarlo.
Sin embargo, ella era más fuerte de lo que aparentaba, porque cuando las fieras no le tocaron ni un pelo, sus verdugos no contentos le azotaron, la quemaron con hierro al rojo vivo, y la pusieron delante de un toro para que la embistiera, y aún así, con todo eso, con toda firmeza animaba en alta voz a sus compañeros para que no perdieran la fe. Al final, aunque lamentablemente terminaron degollándola, en ningún momento dejó de animar a sus hermanos hasta que dio su último aliento... Ella jamás perdió la fe.
Pero, con cada martirio la Iglesia se seguía multiplicando... Con la muerte, otra vez, el enemigo seguía siendo exhibido públicamente como el perdedor, porque las puertas del infierno no prevalecerían contra la Iglesia... Porque en nuestra debilidad somos más que fuertes y en nuestra unidad somos invencibles.
Hoy, un pequeño e insignificante virus se llevó a algunos de nosotros, nos quitó las reuniones y los cultos, nos alejó de la comunión de los hermanos y cerró las puertas de todos nuestros templos... Pero algunos de nosotros ya estamos tambaleando, enfriándonos como leños sacados de la hoguera... Recordemos a Blandina y ya no más nos acobardemos... Hemos sido zarandeados pero oremos que nuestra fe no falte y recordemos que las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia.
Comentarios
Publicar un comentario