Durmiendo en la tormenta…
Y he aquí que se
levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero
él dormía. Mateo 8:24.
Aquellos hombres
acostumbrados a la mar y sus tormentas, temblaban de miedo ante aquella
tempestad, las olas copaban la barca y la llevaban de acá para allá, navegando
a su merced; cualquiera que osara tomar el timón trataría en vano aquella
faena, pues el mar embravecido hacía lo que quería con aquella pequeña
embarcación. No había escapatoria, y lo
único que podían hacer era gritar aullando de terror.
Porque son aquellos
momentos cuando el timón de nuestras almas nos es incontrolable, aquellos
momentos cuando nos parece que navegamos a la deriva, sin poder izar las velas
de nuestros sueños y propósitos, aquellos momentos donde los problemas nos
empujan a donde quieren y nos llevan a naufragar en la mar de la incertidumbre;
cuando perdemos el control de nuestro futuro y no sabemos qué será del mañana
en nuestras vidas, cuando el temor se adueña de los pensamientos y la duda se
posesiona de nuestras ilusiones.
Sin embargo, allí en
aquel pequeño barco se encontraba un hombre al que para nada le preocupaba aquella
situación, pues en medio de aquel peligroso vaivén, “dormía”. Dormía
porque sabía que el timón no lo manejaba él, sino el Todopoderoso que era dueño
de aquel viento y creador de aquella mar. Dormía porque sabía que llegaría hasta la otra
orilla, y un día cumpliría con los sueños de Su Padre, dueño y señor de los
vientos y las olas, porque creía en el que le enviaba por la vida hasta donde
Él quería y no le afligía andar a la deriva.
Porque es cuando le
damos el timón a aquel que controla hasta los vientos y las olas de altamar, cuando
la confianza vence al temor y la aflicción; y es cuando nuestras metas dejan de
ser nuestras y se convierten en los sueños del Señor, cuando podemos estar
tranquilos en las pruebas, y podemos dormir en la tormenta.
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