Un pecado atrae otro pecado...
Lectura:
(2Samuel 11:1-27)
Cuando
David pecó descansando en
tiempo de trabajo (2Samuel 11:1)… sin nada qué hacer empezó a caminar por el
palacio, tal vez un tanto fastidiado… tal vez tratándose de entretener un poco…
aburrido de los dados, se puso a fisgonear, se asomó al balcón y vio a la mujer
de Urías heteo bañándose; aquel cuadro entró por sus ojos ociosos, lo atrajo,
le hizo tropezar y adulteró en su corazón. Posiblemente
en ese momento su conciencia trató de detenerle, volteó la vista e intentó
dejar de ver, sin embargo, aquella visión poderosa fue más fuerte y atractiva
llevándolo a pensar que de cualquier forma ya había caído en las garras del
pecado, por lo tanto, ver otro poco más no sería peor.
¡Ilusos!…
¡ilusos!…. Ilusos, cuando consideramos al pecado como fácil de vencer, cuando si
caemos una vez, nos da lo mismo que tirarnos de lleno sobre el fango hasta el
final.
Aquí
debería haberse detenido, pero dudó otro momento y sin más que hacer volvió a
ver… al fin y al cabo el pecado ya había sido hecho… sin embargo, aquel pecado
se convirtió en una obsesión que le hizo perder el miedo de llamar a aquella
mujer, a pesar de que le habían advertido que era mujer de Urías heteo. La cabeza se le tupió en aquel instante, la
razón le abandonó, dejando de un lado la cordura y obviando lo evidente. Allí, ya no había forma de detener lo
inevitable, el pecado había entrado hasta la puerta.
Solamente
un instante, un momento que se olvida en un segundo, un pequeño tiempo que el
deleite del pecado nos ofrece, se esfuma como espuma, y al final una estocada por la espalda, una fuerza traicionera,
que te llama a otro nivel más oscuro, otra grada hacia abajo, que te atrae sin
pensarlo, al infierno que se acerca poco
a poco y sin notarlo.
Normalmente
queremos cubrir el pecado con mentiras, tratando de limpiarnos evitando la
verdad, añadimos pecado al pecado, y condenación al castigo.
David
dejó embarazada a aquella mujer, y cual si fuera una novela, aquella primera
maldad trajo otra maldad, trató de cubrir aquella huella, trató de destruir la
realidad, hasta que por fin no pudiendo más le mandó a quitar la vida a Urías
su siervo, sin siquiera meditarlo.
Aquel
ocio en tiempo de trabajo se convirtió en adulterio del corazón, aquel
adulterio del corazón se transformó en adulterio de hecho, aquel adulterio de
hecho, en medio de añadirle mentiras y más mentiras, se convirtió al final en un
asesinato desalmado de un hombre inocente; porque el pecado atrae al pecado.
Tengamos
cuidado cuando abramos una puerta al pecado… porque allí es el tiempo de
arrepentimiento, es el tiempo de voltear, y dejar de caminar por aquella senda
que solo nos lleva a la muerte. Es el
tiempo de cerrar aquella puerta abierta, un pecado no es lo mismo que dos,
porque dos pecados te atraerán más fuerte hacia el tercero.