Ese año, el año 23 de Nabucodonosor (Jeremías 52:30), fue uno de los años más tristes de la historia del pueblo de Dios... Un día de derrota y humillación... Día de lamentación y de luto... Día de fracaso y de dolor. Y conociendo el nacionalismo y la pasión qué los israelitas tenían por su nación, podemos entender los sentimientos que pudieron tener aquellos transportados, que estaban rendidos ante sus enemigos.
En esa debastacion del corazón, y en medio de la amargura más intensa, se encontraban todos aquellos que eran llevados con cadenas hacia Babilonia, entre ellos, Daniel, un hijo de Dios.
Porque los hijos de Dios también pasamos días malos, días de tristeza y depresión.
Sin embargo, para nosotros los que amamos al Señor, todas las cosa nos ayudan para bien (Romanos 8:28)...
Así que, Daniel iba humillado pero caminando hacia su exaltacion, derrotado pero en dirección de la gloria qué Dios tenía preparada para él, vencido y amedrentado, pero en la ruta para ser uno de los hombres más importantes de esa ciudad, dónde a la fuerza era llevado.
Porque para los que amamos al Señor, los caminos más oscuros y los tiempos de derrota, siempre se convierten en los destinos más maravillosos y gloriosos de victoria.
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